Hoy fui al velorio de Oscar Mayor, un hombre que me conoce desde que nací. En realidad no tengo recuerdos muy claros de él o de Marta, su esposa, sino hasta ya haber regresado a Colombia. Era un hombre humilde, que por uno que otro error en una vida pasada, se la había tenido que rebuscar como mecánico.
Oscar, desde hace mucho tiempo, es (o era, ya) muy buen amigo de mi papá. No sé en realidad cuándo, o cómo se conocieron. Solo sé que Oscar era de esas personas que siempre te daba una sonrisa tímida y un golpe en el hombro lleno de afecto silencioso, pero más que eso, era de esas personas que te ayudaba cuando lo necesitaras, así no se lo hayas pedido. Antes de yo haber nacido, mis padres se encontraban nuevos en la ciudad, sin un peso a su nombre después de haberse mudado de Bogotá. En ese entonces, Oscar le daba la mano a mi papá de vez en cuando; ayudandole a pagar cualquier servicio, o dándole un mercadito. "Cualquier cosa para ayudar un amigo", me lo imagino diciendo.
Los roles se invirtieron un poco estos últimos años. Yo vi como mi papá le llevaba mercados a Oscar y Marta; vi como los acogían una y otra vez como hermanos; vi a mis papás visitando a Oscar una y otra vez en el hospital. Él ya llevaba alrededor de 10 años luchando contra el cáncer, 4 de ellos en los cuales estuvo en remisión. El cáncer regresó el año pasado, más fuerte que nunca, y Oscar no tenía empleo fijo, lo cual le dejaba toda la responsabilidad económica a Marta, una abogada, como mis padres.
Esta tarde fui testigo de cómo una de las mujeres más alegres que he visto, se derrumbaba. Marta, la alegría y luz de la vida de Oscar y todos los que la rodeaban, hoy parecía no tener calor humano. Me daba la impresión de que si fuera a tocarla, estaría helada, como si esta tragedia hubiera congelado el tiempo y su piel...
No estaba helada. Ni siquiera estaba fría. Estaba tal cual la temperatura que siempre la recuerdo.
Cuando me senté a observarla de lejos, su celular seguía sonando con llamadas laborales. Por la ventana podía ver a uno de los hijos de Oscar se sentaba a fumar un cigarrillo y hablaba con el señor de los chicles. En el pasillo una familiar de los Mayor trataba de consolar a un bebé. Y pude ver vida. En realidad ver vida.
En un lugar tan rodeado de muerte y tristeza. En una sala de velación. Ahí, en ese momento, más que nunca, pude ver vida. Vida que sigue sin parar, sin importarle lo que está sucediendo o lo que signifique para muchos el momento. Vida que va atropellando sentidos y emociones.
A la vida no le importó que una mujer haya perdido su esposo. A la vida no le importó que mi papá haya perdido un gran amigo.
Seguramente a la vida no le va a importar cuando yo deje de existir. Y estoy igual de segura que a la vida no le va a dejar de importar cuando tu dejes de existir. La vida es tiempo, y ese no para. Creo que lo único que podemos hacer para sentirnos remotamente mejor acerca de esta sombría realidad es amar y crear.
Amar tanto como puedas, hasta que duelan los huesos y no puedas respirar. Hasta que sientas que podés decir, "Jodete Vida! Jodete Tiempo! Soy inmortal, porque soy amada. Soy inmortal porque amé."
Crear con todas tus fuerzas algo que valga la pena. Crear espacios: edificios, monumentos, mundos imaginarios. Crear sentimientos: felicidad, curiosidad, envidia. Crear, o al menos ayudar a formar personas: profesionales, hijos, buenos seres humanos. Debemos crear tanto como el universo nos lo permita. Debes crear tanto tanto taaaaantoo que podas decir," Jodete Vida! Jodete Tiempo! Soy inmortal porque cree algo que me trasciende a mí. Soy inmortal porque cree algo/alguien que hizo que este mundo sintiera algo."
Así que, Jodete Vida. Jodete Tiempo. Soy inmortal. He amado y he creado, y si me fuera a morir mañana, pues me moriría feliz. Hey! Pero eso no quiere decir que me quiera morir.
Aún tengo demasiado amor por dar. Me brota por los poros cuando sudo y me baja por el sexo cuando me vengo. Tengo la pansa llena de amor y el corazón me susurra en las noches que lo deje salir, para ir a buscar a alguien que necesite amor para dale.
Aún tengo demasiado por crear. Tengo ideas que apenas están brotando, y unas que ni siquiera existen. La humanidad se me escapa por la boca y me da vómito verbal lleno de universos incompletos. Me pican los dedos cada vez que veo el teclado.
Así que, sí, soy feliz con lo que he amado. Pero no estoy satisfecha. Tengo miedo de no tener el tiempo de amar todo lo que quiero amar. De no tener tiempo de crear todos los conceptos imaginarios que aún no existen.
Quizá Oscar se sentía así. Feliz, pero intimidado por la idea de no tener el amor o la creación que debía haber tenido en su vida. Y así fue. Oscar se fue de este mundo sin haber dado todo lo que pudo. Y de alguna manera, así nos sucederá a todos. Eso no quiere decir que vaya a dejar de intentar.
Que tengas un descanso en paz, Oscar. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario